MAESTROS – 1ª Parte: Don Zacarías, Don Julián y Don Celestino

A don Zacarías lo salvó la gente buena de Población de Valdivielso. Otros quisieron su perdición o les importó poco contribuir a ella. Veamos qué pasó.

Nacido el 1 de noviembre de 1908 en Diego Álvaro, lugar perteneciente al municipio de Diego del Carpio, en la provincia de Ávila, DON ZACARÍAS MARTÍN MUÑOZ consiguió su título de maestro de Primera Enseñanza en enero de 1930. Trabajó como maestro interino en su pueblo natal durante 5 meses, hasta septiembre del mismo año. Ocupó su plaza como maestro propietario en Población de Valdivielso en noviembre de 1930. Era pues un novatillo que acababa de cumplir 22 años, con el título recién sacado. Seis años y medio más tarde, en mayo de 1937, se le dictaminó una sanción consistente en privación de haberes de dos meses de sueldo, traslado forzoso a otra plaza dentro de la provincia e inhabilitación para ejercer cargos directivos y de confianza.

Don Zacarías vivió en Población los años de la 2ª República, pero también le pilló allí el golpe militar de julio de 1936, el estallido de la Guerra Civil, y la oprobiosa medida consistente en la apertura del llamado «expediente de depuración». Como ya expliqué en otra ocasión, el asunto era que aquellos enseñantes habían sido maestros de la República, y tenían que convertirse en maestros del nuevo régimen o, como se decía entonces, ser «afectos al Movimiento Salvador de España». A partir del 18 de julio, y regulado luego por una ley del 8 de noviembre de 1936, se inicio un proceso en el que todos los maestros de enseñanza pública y privada, y en general todos los profesores desde la enseñanza primaria hasta la universidad y las Escuelas Normales, tenían que solicitar su confirmación en el cargo mediante un escrito en el que declaraban su adhesión al «Glorioso Alzamiento Nacional» y su deseo de colaborar con la «Cruzada de Liberación». Se creó al efecto, en cada provincia de la zona sometida por las fuerzas golpistas, una Comisión Depuradora del Magisterio Nacional que abrió a cada maestro un Expediente de Depuración. *

En el caso de don Zacarías, entre septiembre de 1936 y enero de 1937, declararon en su contra el párroco don Pedro López, el alcalde Maximiliano García, y el comandante del puesto de la Guardia Civil, Eladio Muga González, así como Venancio Sedano, uno de «los padres de mejor reputación» del pueblo. Al responder a las preguntas del formulario, coincidían todos ellos en decir que el maestro simpatizaba con la izquierda, que desde el advenimiento de la República no había cumplido los deberes religiosos y que leía el Heraldo de Madrid. El más duro fue el párroco y el más benevolente Venancio Sedano, por lo que me inclino a pensar que este último actuó obligado por alguna circunstancia. Todos los declarantes reconocían que, al menos, don Zacarías tenía fama de buen maestro, que se relacionaba bien con los vecinos, que tras el Alzamiento no había dejado de acudir la iglesia, y que había empezado a impartir enseñanza religiosa cuando el nuevo régimen se lo había impuesto.

Según esto, la Comisión Depuradora elaboró un pliego de cargos con fecha 30 de abril de 1937 donde se acusaba a don Zacarías Martín Muñoz de : « 1) No haber cumplido con ninguno de los deberes religiosos desde el advenimiento de la República hasta el Movimiento Salvador. 2) Ser simpatizante con la política de izquierdas; haber sido adjunto por las izquierdas en las elecciones del 16 de febrero, y ser lector de prensa izquierdistas, tal como el Heraldo de Madrid.» Se le daba opción a presentar escritos y documentos para defenderse, cosa que hizo el maestro escribiendo uno de su puño y letra. Sin embargo, lo más impresionante fue la carta presentada y firmada por 32 vecinos y vecinas de Población, con fecha 12 de mayo de 1937, defendiendo a su maestro. Podéis leerla en una de las fotografías que acompañan a este texto. Emociona esta muestra de valentía en una época en que denunciar era fácil, pero defender a alguien que había sido denunciado podía resultar arriesgado. Personalmente me he sentido orgullosa al ver la firma de mi querida tía abuela Feliciana Garmilla, y la de Primitivo Landeta, primo carnal de mi bisabuela Paula Alonso Landeta. ¡Olé por la familia de Población! También con fecha 12 de mayo de 1937 hay un documento firmado por el juez municipal don Manuel López Bustamante y por el secretario del juzgado don Domingo Castilla Rámila, certificando que don Zacarías había estado como adjunto en la mesa electoral en las elecciones de febrero del 36 porque así le había correspondido por orden alfabético. Con eso rebatían la acusación de haber sido «adjunto por las izquierdas», la cual solo la había formulado el párroco.

En su dictamen del 7 de junio de 1937, la Comisión Depuradora del Magisterio Nacional de Primera Enseñanza de Burgos tiene en cuenta las firmas de los vecinos, los informes y rectificaciones favorables, y considera que está claro que don Zacarías «aparece como buena persona» y «como buen maestro». No obstante, la Comisión, empecinada en que el buen chico era rojillo y, textualmente, “un mal ejemplo para el pueblo”, se reafirma en las sanciones propuestas y, atendiendo a ellas, la Comisión de Cultura y Enseñanza pasó al Rectorado de Valladolid, que para Burgos era entonces la autoridad suprema, la propuesta de condena de don Zacarías a dos meses de suspensión de haberes (medio sueldo durante cuatro meses), a ser trasladado a otra escuela y a quedar inhabilitado para ejercer cargos directivos y de confianza.

Según he podido leer en varias cartas de alcaldes dirigidas a la Inspección Provincial de Primera Enseñanza, sucedió que en septiembre y octubre de 1936, y aún peor en las mismas fechas del 37, había en la provincia de Burgos, y en otras, una enorme escasez de maestros, ya que unos estaban movilizados en el frente franquista, otros en el republicano, otros se encontraban en la cárcel, algunos habían sido ejecutados, otros estaban huidos o desaparecidos, y sobre algunos pesaba la suspensión definitiva de empleo con prohibición de ejercer la enseñanza… Por lo tanto, era muy difícil encontrar un maestro o maestra suplentes, y trasladar a un maestro o una maestra a otra población suponía en muchos casos dejar sin clases a sus alumnos. Con esta situación, algunos alcaldes se pusieron nerviosos y escribieron a la Inspección pidiendo que, aunque solo fuera provisionalmente, no les quitaran el maestro, a pesar de los informes en contra que ellos mismos habían firmado. Y así fue que desde el Rectorado de Valladolid,  a través de la Inspección Provincial de Primera Enseñanza de Burgos, se permitió en noviembre de 1936 que algunos maestros sancionados por acusaciones menos graves o poco claras se reincorporasen provisionalmente a su plaza, en calidad de «no sustituidos por informes dudosos emitidos por los señores alcaldes». De esta manera, aunque con propuesta de sanción, se quedó don Zacarías provisionalmente en la escuela de Población hasta el final de la guerra, en la incertidumbre de no saber cuánto duraría aquella situación, aunque se tranquilizaría un poco viendo que algunos de sus acusadores plegaban velas, como fue el caso del párroco, don Pedro López, el cual, dos días después de que los 32 vecinos y vecinas suscribieran el informe favorable, se avino a firmar un escrito alabando la buena conducta moral del maestro y diciendo que tampoco era tan de izquierdas. Asimismo el alcalde de la Merindad, desdiciéndose de lo declarado en enero de 1937, informó «favorablemente en el orden político, religioso y social» en septiembre de 1937.

Fue una suerte que no se aplicara inmediatamente la medida de traslado a otro pueblo, al que don Zacarías, como fue el caso de otros maestros, habría llegado como un represaliado político, o sea, como un apestado al que cualquier suspicaz o cualquier oportunista podría haber hecho la vida imposible. Por el contrario, el maestro pudo continuar en un pueblo donde muchos vecinos le arropaban. No obstante, don Zacarías no fue confirmado en su plaza y no vio cerrado su expediente hasta cuatro meses después de terminar la guerra. Tras crearse en 1938 el Ministerio de Educación Nacional, la Comisión Superior Dictaminadora de Expedientes de Depuración, pasando por alto los dictámenes dudosos de las autoridades académicas y de las comisiones provinciales, dictaminó, por fin, a finales de agosto de 1939, la confirmación en su cargo de don Zacarías Martín Muñoz. Más de 3 años de calvario, o al menos de incertidumbre, para un maestro que se quedaría durante décadas en Población, formando allí una familia con su exalumna Purificación Palencia, y gozando siempre del merecido aprecio de sus alumnos y del vecindario en general.

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Un poco más larga fue la resolución del expediente de DON JULIÁN PEREDA CANO, maestro interino de Valdenoceda, que no fue confirmado en su cargo por la Comisión Superior Dictaminadora de Expedientes de Depuración hasta el 20 de marzo de 1940. Pero su historia es, en lo esencial, muy parecida a la de don Zacarías, aunque más complicada. El 18 de julio de 1936 hacía exactamente 4 meses que don Julián había llegado a Valdenoceda, pero el alcalde de la Merindad, don Maximiliano García, ya lo tenía fichado en agosto del mismo año y decía de él que «se dejaba entrever ideas llamadas avanzadas e indiferencia religiosa». El 19 de septiembre de aquel fatídico 1936, también el párroco, don Isidoro Fernández, lo tenía enfilado, porque el maestro, aunque se había manifestado «poco en el orden político», lo había hecho «con sentido izquierdista». Además no iba a la iglesia y era suscriptor del Heraldo de Madrid (¡Otro que tal! Sin enterarse de que en Valdivielso había que enseñar a leer solo El Debate y el Diario de Burgos y nada más… ¡ayayay!). Padres de familia como Joaquín Mata Arce o Darío García Ruiz de Huidobro declaraban lo mismo, añadiendo este último que el maestro pertenecía a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE-UGT).

En los formularios cumplimentados en enero y febrero de 1937, vuelven a declarar todos las mismas cosas, pero añaden que don Julián Pereda Cano está ausente desde que se fue de vacaciones y que probablemente esté en zona roja, pero no saben dónde. El único que sí parece saberlo es el comandante del puesto de la Guardia Civil, Eladio Muga, el cual afirma que el maestro está en San Pelayo desde el 11 de julio, y declara que don Julián «procedía de familia muy religiosa y gozaba de buenas simpatías sociales, pero simpatizaba con el régimen de izquierda moderada.» Todos los declarantes, además de formular las acusaciones de izquierdismo e indiferencia religiosa, coincidían en afirmar que don Julián era buen maestro, cumplidor, y que se llevaba bien con la gente del pueblo. ¡Menos mal!

Julián Pereda había nacido el 1 de abril de 1913 en San Pelayo de Montija y era maestro nacional de Primera Enseñanza desde julio de 1931. Después de estar destinado durante casi dos años en Villatomil y menos de un mes en Bercedo, estuvo durante más de un año sin trabajar en la enseñanza, hasta que llegó a Valdenoceda el 18 de marzo de 1936. Se le consideró cesado a partir del 30 de agosto de dicho año, por encontrarse en zona republicana y no acudir a su escuela de Valdenoceda el 1 de septiembre. En el pliego de cargos la Comisión Depuradora le imputaba a 1 de julio de 1939 todo lo que habían afirmado los declarantes de Valdenoceda: «1º No cumplir en absoluto con sus deberes religiosos; 2º Ser izquierdista y estar suscrito al Heraldo de Madrid; 3º Haber pertenecido a Trabajadores de la Enseñanza».

Para que le levantaran la suspensión y poder reincorporarse al magisterio una vez finalizada la guerra, don Julián Pereda Cano tuvo que rebatir las acusaciones que procedían de Valdenoceda y explicar lo que había hecho durante aquellos años. Para ello le bastó con presentar un escrito del cura sirviente de su pueblo, don Eliseo González y González, que también era ecónomo de San Miguel Arcángel de Bercedo, y que además había sido «alférez provisional capellán» y capitán del Tercio de Requetés de Santa Gadea, y al mismo tiempo otro escrito del alcalde del pueblo de San Pelayo de Montija, don Santiago Cano y Cano. El cura de San Pelayo, a 18 de julio de 1939, declaró que el maestro nunca había faltado a sus deberes religiosos, pues, mientras estaba en Valdenoceda, se desplazaba todos los sábados a San Pelayo y allí acudía siempre a oír la misa dominical. Por su parte, el alcalde, a 10 de julio de 1939, declaró que don Julián había acudido a pasar las vacaciones estivales en San Pelayo y, en los primeros días de septiembre de 1936, había sido detenido junto con su padre por los republicanos que entonces controlaban Montija, siendo ambos encarcelados y sufriendo vejaciones y malos tratos; que luego fue enrolado en el ejército republicano a la fuerza, porque llamaron a la quinta del 34, que era la suya, y que lo llevaron a combatir a Santander, pero que Julián nunca tuvo mando alguno en el ejército.

La Comisión Depuradora, a la vista de estos testimonios, optó por desestimar las acusaciones y dictaminó el 26 de octubre de 1939 que don Julián Pereda Cano debía ser confirmado en su cargo. Sin embargo, don Julián nunca regresó a Valdenoceda. Se fue a trabajar a Agüera de Montija, constando allí su vuelta a la enseñanza con antigüedad del 1 de julio de aquel año de 1939. En 1955 se trasladó a Arizgoiti (Bizkaia).

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Poca es la información que hay sobre el extraño caso de DON CELESTINO DELGADO SAGREDO, maestro de Panizares, porque su expediente de depuración no aparece en el Archivo General de la Administración (AGA), que es donde se guardan todos los expedientes. Afortunadamente en el Archivo Histórico Provincial de Burgos sí están guardados un dictamen de la Comisión Depuradora Provincial y un par de listados en los que este maestro figura. Además, pueden encontrarse algunos datos personales en las hemerotecas. Celestino Delgado Sagredo nació el 30 de abril de 1909; obtuvo el título de maestro el 1 de abril de 1932; ingresó en el Magisterio Nacional en septiembre de 1935. Llegó a la escuela de Panizares como maestro interino para cubrir la plaza de don Antonio Fernández Robador, que había llegado a Panizares en mayo de 1900 y se jubilaba a los 70 años de edad en junio de 1936. Don Celestino Delgado Sagredo daría clases apenas durante un mes antes de las vacaciones de verano, y sería suspendido de empleo y sueldo por orden del Rectorado de Valladolid con fecha 16 de septiembre de 1936.

Lo curioso del caso de don Celestino es que todos los párrocos de los pueblos en los que había trabajado como maestro dieron informes favorables sobre él. Sin embargo, desde Presencio, municipio situado a 26 km al sur de Burgos, un pueblo en el que nunca había trabajado, partió una dura denuncia que llegó a la Comisión Depuradora en agosto de 1936. En el Dictamen de la Comisión Depuradora Provincial del Magisterio de Primera Enseñanza de Burgos se dice que don Celestino Delgado Sagredo fue denunciado por el párroco y por otro sacerdote de Presencio en un escrito dirigido al Rector de la Universidad de Valladolid, presentándolo como, textualmente, «izquierdista furibundo y propagandista». Esto hizo que la Comisión le abriera expediente y le declarara suspendido de empleo y sueldo. A continuación la Comisión pidió informes a los pueblos en los que este maestro había trabajado. Los párrocos de Casalarreina, Olmillos de Sasamón y Panizares de Valdivielso enviaron informes «enteramente favorables». Ante la contradicción existente, al cabo de un tiempo la Comisión pidió de nuevo los informes, y estos de nuevo fueron favorables para el maestro, añadiéndose esta vez los de los comandantes de los puestos de la Guardia Civil de Olmillos y de Santa María del Campo (de este último puesto dependía Presencio), que también fueron favorables, aunque ambos comandantes admitían que había rumores de que don Celestino podía ser de izquierdas o simpatizar con elementos de izquierda, pero que solo eran rumores, que nunca había expresado nada en público, que era muy reservado, y que no podían decir nada malo de él.

En su respuesta a las acusaciones, don Celestino Delgado Sagredo las achaca a una enemistad entre él y una familia de nombre Maté. A esta familia pertenecía el presbítero de Presencio don Ezequiel Maté Álvaro, que es uno de los denunciantes. Sobre este asunto don Celestino presentó un relato escrito, al cual se hace referencia en el dictamen, pero del que no se da detalle alguno, con lo cual no sabemos qué le había sucedido con dicha familia de Presencio. Adjunta asimismo un certificado médico para justificar una enfermedad digestiva que le hacía tener bajas con frecuencia. El tiempo de esas bajas, así como el de las vacaciones de verano, lo pasaba don Celestino en Presencio. En otro orden de cosas, también alegó que en Panizares «el cartero solo le entregaba el “Diario de Burgos” y “El Magisterio Español”, y presentó un recibo de suscripción a “El Castellano”».

El dictamen, fechado a 15 de septiembre de 1937, concluye considerando que la denuncia se contradice con los informes favorables, mencionando especialmente el de Panizares, y finaliza con la propuesta de que el maestro fuera repuesto en su cargo y se le abonaran los haberes correspondientes al tiempo en que había estado suspenso.

Don Celestino Delgado Sagredo se trasladó en 1943 a Ciadoncha, y en mayo de 1950 a Mazuela, localidades próximas a Presencio. En Mazuela estuvo hasta 1970, año en que se trasladó a Burgos capital. Contrajo matrimonio con Nicolasa Puente Martínez el 5 de febrero de 1940 en la iglesia de San Esteban en Burgos. Falleció en Burgos el 4 de febrero de 1977. Y no sabemos más. ¿Dónde había nacido don Celestino Delgado Sagredo? En el dictamen no se dice que fuera natural de Presencio. ¿Por qué acudía con tanta frecuencia a este pueblo? ¿Cuál era su relación con la familia Maté? Ignoro la causa de la acusación /persecución por parte del brillante don Ezequiel Maté, doctor en filosofía, presbítero de Presencio, cura ecónomo de San Nicolás en Burgos, profesor de filosofía desde 1916 en la Universidad Pontificia de Burgos, y desde 1927 capellán de las Hijas de la Caridad de Barruelo de Santullán (Palencia) y de la Sociedad Minera de este mismo pueblo. ¿Por qué desapareció la carpeta del expediente de depuración de don Celestino, cuando todos los demás expedientes de maestros de Valdivielso quedaron tan bien guardados? Salvo que alguien pueda aportar alguna aclaración, don Celestino queda como el maestro más misterioso que ha pasado por Valdivielso.

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En realidad, dejando a un lado las humillaciones que suponían las injerencias de alcaldes, de párrocos, y de cualquier vecino, en su vida privada o en sus creencias religiosas o en su libertad de pensamiento, resumiendo, unos abusos que sufrieron en distinto grado todos los maestros, hay que decir que en Valdivielso los únicos dictaminados negativamente fueron: don Zacarías Martín Muñoz, maestro de Población, don Julián Pereda Cano, maestro de Valdenoceda, y don Celestino Delgado Sagredo, maestro de Panizares, de los que aquí hemos hablado, además de don Faustino García Nogal, maestro de Puentearenas, al que dedicaré un artículo en exclusiva por ser su caso especialmente grave, dramático y doloroso. El resto de los maestros de la Merindad de Valdivielso tuvieron solo buenos informes, no fueron suspendidos de empleo y sueldo en ningún momento, y sus expedientes se resolvieron favorablemente, siendo confirmados en sus cargos a 7 de mayo de 1937:

- don Mateo Martínez Porres, maestro propietario de El Almiñé;

- don Eliseo Armiño Revuelta, ídem de Arroyo;

- doña Rufina Condado Díez, ídem de Quecedo;

- don José Pérez Caldevilla, maestro interino de Quecedo;

- doña Encarnación Mendieta Cortázar, maestra propietaria de Quintana;

- don Marcial Martín González, maestro interino de Toba;

- don Anastasio Jesús Gómez Lázaro, ídem de Valhermosa;

- doña Araceli Cuadrado López, ídem de Tartalés;

- doña Restituta Alonso de Leciñana y Pérez, maestra propietaria de Santa Olalla;

y a 11 de junio de 1937:

- don Nicolás Alonso Angulo, maestro propietario de Condado;

- doña Hervilia Gómez Ausín, maestra propietaria de Hoz.

Como es sabido, todos ellos quedaron obligados a impartir la doctrina política del nuevo régimen, a enseñar a los niños que debían levantar el brazo y que tenían que practicar un catolicismo obligatorio. En todo el país, las convicciones personales de los docentes fueron acalladas, y la libertad de cátedra dejó de existir. Así empezó un larguísimo periodo de nuestra historia durante el cual las libertades y los valores democráticos que ahora consideramos fundamentales fueron negados y suprimidos desde esa raíz del conocimiento que es la escuela, y la voz de los maestros fue acallada con el miedo a perder el puesto, o a cosas peores, si intentaban inculcar esos valores que son imprescindibles para una convivencia sana.

Ochenta años después de aquella infamia, podemos llorar una vez más, sí, pero también apretar los puños con la cabeza muy alta, al escuchar la canción del poeta que se nos ha ido:

PATXI ANDION – El Maestro (1973)

https://youtu.be/NGgk37MXnk4

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*[En principio, en los expedientes de depuración se trataba de reunir información, que podía ser favorable o desfavorable, «tanto en el orden político, como en el religioso y social». Para ello se diseñó un impreso lleno de preguntas en el anverso y en el reverso de un folio. Estas preguntas se agrupaban en bloques relativos a: conducta profesional, conducta social, conducta particular, actuación política y «otros datos». Por ejemplo, en el apartado de conducta social se formulaban preguntas tan ambiguas como «¿En qué relaciones estaba o está este maestro con las autoridades?» y «¿Se mezcló en asuntos de obreros o del campo?». En cambio, otras preguntas son muy concretas. Así, en el apartado de actuación política se pregunta: «¿Estaba afiliado a algún partido del Frente Popular? ¿Y a la Masonería, a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza o a alguna otra entidad parecida?» También se preguntaba si la maestra o el maestro cantó con los niños la Internacional, o si celebraba con ellos la fiesta del crucifijo, si hacía propaganda izquierdista, si enseñaba doctrina cristiana, si hacía propaganda política fuera de la escuela, o si en la escuela daba enseñanzas patrióticas y colocaba la bandera… y etcétera, etcétera. Había en los distintos apartados toda una serie de preguntas, muchas de las cuales pueden parecernos hoy en día incluso absurdas, pero que buscaban definir sobre todo el perfil político y religioso de cada maestro. Este cuestionario tenía que ser respondido de manera individual por el párroco, el comandante del puesto de la Guardia Civil, el alcalde del municipio y, en ocasiones, por alguno de los llamados «padres de mejor reputación en el pueblo».]

 

Mertxe García Garmilla